Published On: Sáb, Feb 22nd, 2014

“Rezad por Ucrania”

TatianacolumnaJulie es tan diferente a mí: Julie es blanca como el papel; Julie es comedida; Julie idolatra a su hermano; Julie reza; Julie hace rutas en bicicleta; Julie cree que el matrimonio gay es una aberración; Julie habla de París con desdén porque dice que no hay franceses allí; a Julie no le gusta “La Roja”; Julie no soporta el jazz por las mañanas y odia conducir en Europa occidental debido a las glorietas; Julie se casó con 23 años en México con el único hombre que ha conocido. Después de cerca de 6 meses de au pai rcompartiendo trayectos en coche, salidas, clases de francés, ensayos de teatro, comidas, clases de español, viajes, horas de cocina y conversaciones tensas que nunca terminaron en pelea en la Bretaña francesa allá por el verano de 2012, me di cuenta de que había alcanzado mi punto de saturación de su compañía. Yo adoraba y adoro a Julie a pesar de nuestras diferencias, pero lo cierto es que no estoy acostumbrada a pasar tanto tiempo con nadie con el que no comparta sábanas. La última vez que nos vimos la acompañé a una estación de trenes de una pequeña ciudad bretona en junio de 2012. Ella volvía a casa; volvía a Kiev.

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La gente espera en las puertas de un supermercado en Kiev. Foto enviada por mi amiga ucraniana Julie. Febrero 2014

Julie me escribió ayer por Skype. Me pidió el pseudo por email tras cerrar su perfil de Facebook y publicar en su muro “Facebook nos roba la vida”. En el email me decía que todo estaba bien. Hace tres semanas dijo que me llamaría al salir del trabajo, pero no lo hizo. Yo estaba despeinada y me alegré de que no lo hiciera porque no soporto poner la cámara cuando tengo mal aspecto. Tampoco me llamó al día siguiente, cuando yo ya estaba peinada. Yo no le di más importancia. Dea, otra compañera mexicana de aventuras bretonas, me preguntó si sabía algo de ella y de su familia en Ucrania. Le aseguré que estaban bien, como si lo supiera, aunque no llegué a hacer aquel Skype con Julie. “Rezad por Ucrania”, se puede leer hoy en su estatus de Skype.

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Julie y yo en el carnaval de Landerneau, Bretaña, Francia. Abril 2012. Foto hecha por Julie con mi cámara.

Julie es traductora. Recuerdo que me escribió enfadada por Facebook cuando volvió a Kiev porque tardó un mes en encontrar trabajo, lo que para ella era una eternidad. A lo poco me contó sus planes de boda mexicanos y lo mucho que estaba ahorrando para comprarse un piso con su futuro marido. Ayer me contó que no puede ir a la oficina porque está en el centro de la ciudad donde trascurren los enfrentamientos y está cerrada. No sale casi de casa, el metro no funciona y las tiendas no abren. Me contó que fue a comprar unas velas porque se dice que habrá un corte del suministro eléctrico y me mandó una foto de la gente esperando fuera del supermercado sin poder acceder a él. Julie dijo tener comida todavía en su apartamento.

Julie se quejó ayer de la pasividad de Europa y Estados Unidos ante lo que pasa en Ucrania y de cómo su presidente afirmó que no tomaría ninguna decisión sobre la suerte del país hasta hablar con Putin. Julie me habló del poder de Putin en el país y de que este no puede ir a Kiev debido a los Juegos Olímpicos que se celebran en Rusia. “Cien personas han muerto (…) La gente no quiere morir (…) La gente está estresada, la policía está estresada (…)”, me escribió mientras Putin mira patinadores de hielo y hace chistes sobre elecciones fraudulentas. “¿Y tú qué quieres que haga tu presidente?”, le pregunté. “Quiero que castigue a los delincuentes, que abandone su cargo y que comparezca ante un tribunal”, respondió.

Julie no da crédito a lo que está pasando en su ciudad. Hace unos meses Julie tenía una vida y ayer me habló de guerra mientras yo me preocupaba hace tres semanas de tener el pelo demasiado sucio para hacer un Skype. “La gente está intentado tomar el poder”, me dijo ayer. Ojalá los ucranianos se hagan con su destino, ojalá que Yanukóvich responda ante un juez por los crímenes cometidos en Kiev y ojalá que Julie y yo podamos volver a Bretaña a saturarnos la una de la otra unos días y a reñirnos una mañana por culpa de Billie Holiday. Yo no tengo fe para rezar, pero tengo esperanza.

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