Published On: Lun, Oct 12th, 2020

Louise Gluck: Es mujer, es poeta y en el Nobel 2020

Hoy amanecimos con la noticia. Ya hay Nobel de Literatura 2020. Y el premio se le ha otorgado a la poeta norteamericana Louise Gluck. La señora ya tiene sus 77 años, y el galardón corona su obra, que comenzó en los años 60. Gluck fue premiada por su “inconfundible voz poética, que, con una belleza austera, torna la existencia individual universal”, dijo la academia.

Y me da gusto que se reconozca a una poeta. En el Perú nos llenamos de orgullo cuando hablamos de nuestras poetas. Desde Blanca Varela y muchas más. Sí, es jodido ser poeta en el Perú. Pero vamos. Existen y para el bien de la humanidad. No todas son las chicas malas de la historia.  

Louise Glück, nació en 1943 en Nueva York, vive en Cambridge, Massachusetts y es profesora de inglés en la Universidad de Yale (New Haven, Connecticut). Las obras de Glück, que ha publicado doce colecciones de poesía y algunos volúmenes de ensayos sobre poesía, se caracterizan por un esfuerzo por la claridad: “En sus poemas, el yo escucha lo que queda de sus sueños e ilusiones, y nadie puede ser más duro que ella para afrontar las ilusiones del yo”.

Sus temas son la infancia y la vida familiar, la estrecha relación con padres y hermanos a través de los cuales busca lo universal, para lo que se inspira en los mitos y motivos clásicos, presentes en la mayoría de sus obras. Su primera obre fue “Firstborn” (1968) y pronto fue aclamada como una de las poetas más destacadas de la literatura contemporánea estadounidense. Ha recibido varios premios de prestigio antes, entre ellos el Pulitzer (1993) y el Nacional del Libro (2014).

“Louise Glück no solo está comprometida con los errores y las condiciones cambiantes de la vida, sino que también es una poetisa del cambio radical y el renacimiento, en el que el salto hacia adelante se hace desde un profundo sentido de pérdida”, destacó Anders Olsson, titular del Comité del Nobel. Entre sus obras, la Academia destacó Averno (2006) como “una colección magistral, una interpretación visionaria del mito del descenso de Perséfone a los infiernos en el cautiverio del Hades, el dios de la muerte”.

La lírica de su poesía refiere a los mitos griegos. Son los coros del teatro griego que invitan a la reflexión, a la mirada introspectiva, a abrir las puertas del mundo doméstico para entender porque allí se puede desarrollar la tragedia. Perséfone, Telémaco, Aquiles, Afrodita, se dan cita en los poemas de Glück mientras asisten a sus desayunos norteamericanos mezclados con la aparente intrascendencia de la rutina diaria.

Así, la poeta norteamericana que acaba de alzarse con el Nobel de literatura 2020 lleva más de 50 años relatando en tono de mitología griega los temas mayormente autobiográficos que la convocan: la maternidad, la relación padres hijos, los hermanos, la crianza. Su poesía ha sido considerada más bien “un estado de ánimo”. Resume en su obra sin mayores cambios el espíritu de una época en la que las crisis familiares, las relaciones personales truncadas, las frustraciones y la búsqueda de una nueva estructura que funde las bases de un estar en el mundo menos pretencioso se mezcla con los personajes de la mitología griega, la grandilocuencia de sus batallas, la ferocidad de sus actos para mostrarnos que se libran guerras de Troya en las cocinas de las casas, casi todas las mañanas.

Bien, para muestra un botón:

EL ÁRBOL DE MEMBRILLO

Un poema de Louise Gluck

El tiempo era, al final, nuestro único tema.

Por suerte, vivíamos en un mundo con estaciones:

sentíamos que teníamos acceso a cierta variedad:

oscuridad, euforia, varios tipos de espera.

Supongo que, en rigor de verdad, nuestros intercambios

no se podían llamar conversaciones, porque se imponía

el acuerdo, la repetición.

Y aún así, sería un error pensar que no teníamos

idea de lo que le pasaba al otro y que no respondíamos

en profundidad al mundo, como sería un error pensar

que vivíamos vidas limitadas o vacías.

Teníamos gran riqueza.

Teníamos, de hecho, todo lo que veíamos

y si bien es verdad que no veíamos

ni demasiado lejos ni con mucho detalle,

lo que podíamos discernir lo absorbíamos

con un hambre que apenas se imaginan los jóvenes,

como si toda la experiencia se hubiese canalizado

en estas pocas percepciones.

Canalizado sin dejar recuerdo.

Porque para nosotros, el pasado era un referente perdido,

una imagen perdida, un relato perdido. ¿Qué contenía?

¿Había amor ahí? ¿Alguna vez

habrá habido un esfuerzo sostenido? ¿Y fama?

¿Habrá habido algo así alguna vez?

Al final, no hizo falta preguntar. Porque sentíamos

el pasado; estaba, de algún modo,

en esas cosas, el jardín de adelante y el de atrás

las impregnaba, dándole al arbolito de membrillo

un peso y un sentido casi insoportables.

Perdida por completo y a la vez extrañamente viva, la totalidad de nuestra existencia humana:

Sería un error pensar

que porque nunca salíamos del jardín

lo que sentíamos era reducido o parcial.

En su grandeza y su esplendor, el mundo

estaba al fin presente.

Y de eso conversábamos o hacíamos alusión

cuando se nos daba por hablar.

El tiempo. El árbol de membrillo.

Y vos, en tu inocencia, ¿qué sabés de este mundo?

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Traducción de Ezequiel Zaidenberg.

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