Nuestro fútbol: Pretexto de la alegría
Solo la cocina y el fútbol nos sueldan y une a los peruanos. Un gol de “Orejas” Flores es tan contundente como un cebiche de cabrillón en Catacaos, Piura, luego del diluvio. Los nacionales hoy ya no somos los hinchas de la guardia vieja. Sí, aquellos que gritaban con los goles de Lolo. Hoy compramos nuestras entradas en Internet y en modo avión, ingresamos al templo del Señor para apasionarnos con las arremetidas de Paolo Guerrero o los pases cruzados de Trauco. El fútbol peruano es ahora la pasión policlasista de ese que, mayoritariamente ve las clasificatorias por cable y que apuesta y timbea con aplicaciones por marcador que al instante deja ganancias.
Y si hay un nuevo hincha no existe un nuevo fútbol peruano. Todo sigue igual por una grieta institucional. Clubes parasitarios y ente rector trabado por las normas. Ricardo Gareca, el técnico de la selección, aceptó no obstante conducir este torneo interminable para llegar a Rusia porque sabía dónde se metía. Había dirigido a la U en los tiempos del cólera y conoció desde las entrañas el drama de ser popular y masivo en el Perú. Igual, asumió el trabajo en la selección con lo más parecido a la fortuna de un cuento fantástico que cuando lo logras se desvanece. Así, el tiempo le fue dando premios, complicados, pero premios al fin.
Gareca exigió una transformación en el futbolista peruano y tuvo que enfrentarse a los ogros de la tradición. Pero tuvo un socio en esa aventura: Juan Carlos Oblitas, el técnico que en 1998 estuvo a punto de llevar a la selección al mundial de Francia. Algo sabía el “Ciego”. Fue Oblitas ya como gerente de la FPF recomendar a Gareca como timón de un barco al garete. Y acostumbrados al fracaso de otros estrategas internaciones en la selección, el nuevo hincha casi ni se di cuenta. Ese fue el punto de quiebre. Gareca no era un técnico cualquiera. Era un profesional tenía una nueva ciencia y registro. Futbolista desde el potrero había revolucionado una maestría en las aulas de la calle. Un fútbol que respetaba las esencias pero con innovaciones.
Este cronista tuvo la suerte de entrevistar al gerente Oblitas antes de estas eliminatorias (ahora, llamada clasificatorias) y con el equipo técnico recién armándose. Oblitas confesó esa vez que como no había nada todo tenía que forjarse. Antes, a los futbolistas peruanos les jodía ser llamados a la selección. Con la nueva administración, el ser convocado era un lujo. Un ejemplo, Christian Alberto Cueva Bravo que era un pelotero que celebraba sus goles con cervezas y que resultaba un hijo pendenciero de la provincia de Huamachuco en La libertad. Llamado a la selección pasó a ser un profesional de rango y autoridad. Sin carga de esa responsabilidad de la histórica derrota, fue el líder de la cruzada en recuperar la esencia de nuestro fútbol.
Igual sucedió con el “Orejas” Flores. El zurdo era también descendiente de la migración en Lima, el llamado desborde popular. Sin embargo, este muchachito de Comas, al norte de Lima, le entregaron una gran responsabilidad, el ser disciplinado en la creación. Y eso era lo único que sabía hacer. Flores luego se convertiría en goleador del equipo de Gareca aunque, demostrando su origen, apenas pueden balbucear dos palabras juntas cuando lo entrevistan. Pero el “Orejas” padece del mismo afortunado mal de estos nuevos seleccionados. Miguel Trauco es natural de Tarapoto, en los pagos de San Martín. Antes de llegar a la selección solo sabía pegarle de zurda y manejar su moto. Hoy juega en Brasil y Gareca es como su padre.
Y si uno revisa este equipo peruano que en la última fecha se juega todo contra Colombia en el Estadio Nacional, se dará cuenta que muy poca forma tiene de ese equipo de Maturana o el último de Markarián. Son apenas futbolista o no otra cosa y su responsabilidad es adaptarse a un colectivo y ganar jugando como solo ellos saben. Ahí Gareca se difumina y aparece la memoria. Ese tinte genético del fútbol de este país. Ese que está cruzado por etnias, razas e idiosincrasias. Cuando Oblitas decía que había que cambiarlo todo no tenía toda la razón. Había que modificar el modelo. Ese del futbolista responsable.
Cuando en Quito, hace unos días, llegó un millar de hinchas al hotel donde se alojaba el equipo peruano, se originó un acto de fe y una alianza de fervor. El equipo de Gareca salió en la noche a agradecerles el aliento y la efervescencia, con humildad y fraternidad. Antes jamás se había producido esta comunicación para la devoción de un juego que nos hace pares. Al día siguiente Perú ganó a Ecuador. Ahí existió entonces la clave de esta campaña, que si bien es cierto tiene como fin Rusia, tiene como deuda que el fútbol vaya del placer del triunfo al goce de la responsabilidad. Cueva y el “Orejas” sabe a qué me refiero. Pero Paolo Guerrero sabe más.