El Trujillo de Vallejo
Si usted se encuentra en la esquina de la catedral, avance por la calle Orbegoso y dos cuadras después llegará a la Iglesia de Santa Ana. Deténgase allí. Al frente, sobre la calle Zepita se encontrará con una pared que está pintada de granate.
Hay en ella una vieja ventana cerrada, pero usted adivina que tras de ella se encuentra una bella joven de unos 22 años y, si usted cierra los ojos, sentirá que se llama María..
Si ya son las 8 de la noche, verá usted aparecer a un muchacho de melena a lo Beethoven que se detiene junto a la ventana. Piense usted cuál es su nombre, piénselo…. Efectivamente, se llama César y su apellido es Vallejo.
Aunque usted haya llegado hoy , en agosto de 2016, estará viendo una escena de hace un siglo. El muchacho peludo de espaldas contra la ventana comenzará un monólogo mirando los árboles de Santa Ana. La chica- que usted no ve se llama María Sandoval. Ella se limita a escuchar la voz de su enamorado.
Camine usted ahora por Zepita hasta llegar a la calle Colón. Dos cuadras más arriba se encontrará con la Liga de Artesanos, una fraternidad que fuera fundada por los anarquistas en la última década del siglo XIX, y contenía la biblioteca más completa del país. Fue ese lugar el centro en el que convergieron los obreros y los estudiantes que se habían prendado de la utopía del siglo, el socialismo y, por sus estudios de la historia o por la sola idea cristiana de la redención de los oprimidos, creían que una revolución social era indispensable.
Era también el centro de lecturas del grupo que se llamaría Norte y en el que se congregaban, además del autor de Trilce, Antenor Orrego, Víctor Raúl Haya de la Torre, Alcides Spelucín, Carlos Valderrama, Macedonio de la Torre, todo un grupo de muchachos entre los 18 y los 28 años que se sentían destinados a transformar el pensamiento social , la reflexión filosófica y las concepciones estéticas. Nunca hubo en el continente tanta luz reunida de pronto en una colectividad tan pequeña.
María era bibliotecaria de la Liga, y allí fue donde se conoció con César. Cerca de dos años anduvieron juntos. En ese tiempo, mientras el poeta cincelaba Los heraldos negros, la muchacha escribía un diario muchas de cuyas páginas he reproducido en mi novela Vallejo en los infiernos y el libro El Trujillo de Vallejo que acabo de publicar. A propósito, me preguntan muchos lectores acerca de las librerías donde pueden hallarlos. Si les resulta difícil, lo más sencillo es recurrir a la supertienda del Internet, Amazon.com
Todas las reinas de belleza y los candidatos al Congreso aseguran haber leído a Vallejo. No sé si eso será cierto, pero he publicado estos libros para que los lectores se pongan en los zapatos del poeta, y lo comprendan o lo quieran más.
Sigamos caminando. Volvamos a la esquina de Santa Ana, la iglesia más antigua de Trujillo. Examine usted las ramas de los árboles y tal vez encuentre algo porque entre ellas se dejaban mensajes los dos enamorados. Un día, ella dejó el que sigue:
“No me hables. No me busques. No me preguntes por qué desaparezco. “
Y se hizo humo. Se fue a las serranías de Otuzco a esperar el desenlace de una enfermedad que, entonces era invencible, la tuberculosis, Esta sería la razón por la que el poeta increparía a Dios:
“Tú. Tú no tienes Marías que se van.”
¿Entiende usted mejor a Vallejo?… Eso es lo que pretendo con El Trujillo de Vallejo. Ahora, siga usted detenido junto a la catedral de Trujillo, espere a la chica bonita que usted ama, y no se enreden más en el pasado ni el futuro. Enrédense entre ustedes. Y, por fin, piensen que están en una isla o en una playa a la que pueden llamar Alama o Cojimar o Pimentel o Colán o como se les antoje. Y luego, invéntele a ella un nombre diferente. En vez de María, puede ser Mariana, por ejemplo. Y sigan caminando. Olvídense de ayer o de mañana. Camine al lado de ella, al lado de la vida. Y vivan hoy cada minuto. Caminen.